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VEINTISEIS

Por gusto eché una ojeada por la puerta de atrás, y de vuelta hacia el comedor me paré a mitad de camino y miré por la ventana. Naturalmente, todo era como me había imaginado. Tenían la casa rodeada por todos los ángulos. Hombres armados con carabinas Winchester. Adjuntos del shérif, la mayoría y unos cuantos “vigilantes” de la plantilla de Conway.

Me habría divertido contemplar el despliegue tranquilamente, salir de la casa a saludarles. pero también les habría divertido a ellos,y me pareció que ya tenían diversión suficiente sin eso. Pues alguno de esos “vigilantes” podía tenerle más afición al gatillo de la cuenta, ávidos de demostrarle al jefe su eficiencia. Y yo aún tenía algo que hacer.

Tenía que preparar todo lo que quería llevarme conmigo.

Di una última ronda a la casa para asegurarme de que todo seguía en orden. Bajé dejando cerradas todas las puertas tras de mí, todas las puertas tras de mí,  y me senté de nuevo en la cocina.

La cafetera estaba vacía. Sólo quedaba un papel de fumar y tabaco para liar un cigarrillo, y sí, ¡Sí!, me quedaba una última cerilla. Todo perfectamente a punto.

Aspiré el cigarrillo, contemplando cómo avanzaban las cenizas rojo y gris hacia mis dedos, sin ninguna necesidad, porque ya sabía que no iban a pasar de allí.

Oí que llegaba un coche. Un par de portezuelas que se cerraban. Oí que atravesaban el patio y subían las escaleras y cruzaban el porche. Oí que se abría la puerta de la calle; y entraron. Las cenizas se habían consumido, el cigarrillo estaba acabado.

Lo dejé en el plato y levanté la vista.

Primero miré por la vengan de la cocina, hacia los dos tipos que vigilaban fuera. Luego alcé la cabeza para recibir a los recién llegados:

Conway y Hendricks, Hank Butterby y Jeff Plummer. Y dos o tres individuos que no conocía.

Se apartaron sin dejar de observarme, para dejar que ella pudiera adelantarse. La miré.

Joyce Lakeland.

Llevaba el cuello embutido en un estuche de yeso, que llegaba hasta la barbilla, y caminaba con paso rígido y espasmódico. Su rostro era una máscara blanca de gasa y esparadrapo, que apenas dejaba ver más que los ojos y los labios. Intentó decir algo, sus labios se movían, pero no tenía voz. Apenas pudo exhalar un susurro…

-Lou… Yo no…

– Claro que no. Nunca lo he pensado, querida.

Siguió avanzando hacia mí. Me levanté, con el brazo alzado, como para alisarme el pelo.

Sentí que el rostro se me contraía, que los labios se me arrugaban en una mueca que dejaba los dientes al descubierto. Sabía cuál era mi aspecto, pero a ella no parecía importarle. No tenía miedo. ¿De qué iba a tener miedo?

-…así, Lou. Así, no…

-Claro, no puedes. No sé cómo habrías podido…

-…de ningún modo, a no ser…

-Dos corazones que laten como uno solo. D-dos… ja, ja, ja… dos… ja, ja, ja, ja… dos J-jesucris… ja, ja, ja, ja, ja… dos Jesu

Y me abalancé sobre ella, me lancé tal como ellos esperaban que haría. O casi. Fue como si hubiese dado una señal. El humo de repente empezó a brotar del suelo. La habitación estalló en gritos y detonaciones, y yo estallé con ella en una carcajada estruendosa, homérica. No habían comprendido nada. Joyce acababa de recibir un buen golpe entre las costillas y la hoja estaba clavada hasta la empuñadura. Después de eso, todos ellos vivieron para siempre felices, supongo, y… y… eso es todo.

Sí, creo que eso es todo, a no ser que la gente como nosotros tenga otra oportunidad en el otro mundo. Nosotros, la gente como nosotros.

Todos nosotros que debutamos en la vida con una tara irremediable, que deseábamos tanto y habíamos obtenido tan poco, que con tan buenas intenciones, tan mal acabamos… Todos nosotros: Yo y Joyce Lakeland, Johnnie Pappas y Bob Maples, el bueno de Elmer Conway y la pequeña Amy Stanton. Todos nosotros.

Todos nosotros.

FIN

NOTA: 9. Dura obra maestra. Según Stanley Kubrick, la historia más escalofriante que haya leído jamás sobre una mente deformada por el crimen.

DIRECTOR Michael Winterbottom
GUIÓN Michael Winterbottom, Robert D. Weinbach (Novela: Jim Thompson)
MÚSICA Melissa Parmenter
FOTOGRAFÍA Marcel Zyskind
REPARTO Casey AffleckKate HudsonBill PullmanNed BeattyElias KoteasJessica AlbaSimon Baker

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En muchos libros que he leído, el autor parece descarrilar, enloquece en cuanto llega al momento culminante. Empieza a olvidarse de los signos de puntuación, suelta todas las palabras de una vez y divaga acerca de estrellas que parpadean y que se sumergen en un profundo océano opaco. Y no hay forma de enterarse si el protagonista está encima de la chica o de una piedra. Creo que ese tipo de manía pasa por tener un gran valor intelectual… Un montón de críticos lo pone por las nubes, y me he dado cuenta. Pero tal y como yo lo veo, el escritor es un maldito perezoso que no sabe hacer las cosas bien. Yo seré lo que quieran, pero perezoso, no. Lo voy a contar todo.

EL ASESINO DENTRO DE MÍ

Jim Thompson

Etiqueta Negra

Júcar

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