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[páginas 367-369]
Le dimos sepultura como había ordenado, no sin que el vecindario se escandalizase. Hareton, yo, el sepulturero y los seis hombres que transportaban el ataúd compusimos todo el cortejo fúnebre. Los seis hombres se marcharon después que se bajó el ataúd a la fosa, pero nosotros nos quedamos aún. Hareton, con la cara arrasada en lágrimas, cubrió la tumba de verde hierba. Ahora creo que su sepulcro está tan florido como los otros dos que se hallan junto a él, y espero que también su ocupante descanse en paz. Pero si preguntara usted a los lugareños, le dirían que el fantasma se Heathcliff se pasea por los contornos. Hay quien asegura haberle visto junto a la iglesia y en los pantanos, y hasta dentro de esta casa. «Eso son habladurías», diría usted, y yo opino lo mismo. Y, no obstante, ese viejo que está junto al fuego, en la cocina, jura que, desde que murió Heathcliff, lo ve a él, y a Catalina Earnshaw, todas las noches de lluvia, siempre que mira por las ventanas de su cuarto. Y a mí me sucedió una cosa muy rara hace alrededor de un mes. Había ido yo a la Granja una oscura noche que amenazaba tempestad, y al volver a las Cumbres encontré a un muchacho que conducía una oveja y dos corderos. Lloraba desconsoladamente, y me figuré que los corderos eran díscolos y no se dejaban conducir.
-¿Qué te pasa, chiquito? -le pregunté.
-Ahí abajo están Heathcliff y una mujer -balbució-, y no me atrevo a pasar, porque quieren cogerme.
Yo no vi nada, pero ni él ni las ovejas quisieron seguir su camino, y le aconsejé que siguiera por otro. Seguramente iba pensando, mientras andaba a campo traviesa, en las tonterías que habría oído contar y se figuraría ver el fantasma. Pero, con todo y con eso, ahora no me gusta salir de noche, ni me agrada quedarme sola en esta casa tan tétrica. No lo puedo remediar. Así que tendré una gran alegría el día en que los primos se vayan a vivir a la Granja.
-¿Así que se instalan en la Granja?
-En cuanto se casen -repuso la señora Dean-, y piensan casarse el día de Año Nuevo.
-¿Quién se queda a vivir aquí?
-Pues José, y acaso un mozo para acompañarle. Se arreglarán en la cocina, y cerraremos el resto de la casa.
-A disposición de los fantasmas que quieran habitar en ella, ¿no? -comenté.
-No, señor Lockwood -contestó Elena, moviendo la cabeza-. Yo creo que los muertos reposan en sus tumbas; pero, sin embargo, no se debe hablar de ellos con ligereza.
En aquel momento crujió la verja del jardín. Los paseantes volvían a casa.
Cuando se detuvieron en la puerta para mirar una vez más la luna -o, más exactamente, para mirarse el uno al otro a la luz lunar-, sentí otra vez un irresistible impulso de marcharme. Así que, deslizando un pequeño recuerdo en la mano de la señora Dean, y desoyendo sus protestas por la brusquedad con que marchaba, salí por la cocina mientras los novios abrían la puerta del salón. Esta manera de partir hubiera confirmado las opiniones de José sobre los que suponía galantes devaneos de su compañera de servicio, a no haberle dado una garantía de mi respetabilidad el dulce sonido de un soberano de oro que arrojé a sus pies.
De regreso, di un rodeo para pasar al lado de la iglesia. Observé cuánto había avanzado en siete meses la paulatina ruina del edificio. Más de una ventana ostentaba negros agujeros en lugar de cristales, y aquí y allá sobresalían pizarras sobre el alero, lentamente desgastado por las lluvias del otoño.
No tardé en descubrir las tres lápidas sepulcrales, colocadas en un alud, cerca del páramo. La de en medio estaba amarillenta y cubierta de matorrales; la de Linton, sólo adornada por el musgo y la hierba que crecía a su pie, y la de Heathcliff, todavía completamente desnuda.
Yo me detuve a su lado, bajo el cielo sereno. Y siguiendo con los ojos el vuelo de las libélulas entre las plantas silvestres y las campánulas, y escuchando el rumor de la suave brisa entre el césped, me admiró que alguien pudiera atribuir inquietos sueños a los que dormían en tumbas tan apacibles.
FIN
Nota: 12. La historia de amor absoluta.
Vestido de la nueva colección de Manuel Bolaño.
Vía: Blog El Fashionista.
CUMBRES BORRASCOSAS
Emily Brontë
Sarpe