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EL LÉMUR – Benjamin Black

24 Martes Nov 2009

Posted by montsev in Benjamin Black, John Banville

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Benjamin Black, El lémur, John Banville

[páginas 199-202]

-Basta -dijo Glass-. Quiero que me cuentes la verdad.

-Es lo que estoy haciendo. Te estoy contando la verdad… -se llevó la mano rápidamente al bolsillo del abrigo verde y extrajo algo compacto, oscuro, brillante, que depositó en la mesa, delante de él. Leyó con toda claridad el nombre del fabricante en el cañón corto y aflautado -. Ahí tienes -dijo ella-. ¡Ahí tienes, por si no me crees!

Él tomó la Beretta y la sopesó en la mano.

-¿De dónde has sacado esto?

Ella no dijo nada. El helicóptero había desaparecido. Con su ausencia, el silencio reinante en el despacho resultaba de pronto hueco. Él dejó el arma sobre la mesa, entre los dos.

-¿Cómo lo sabía? -preguntó.

-¿Quién? ¿El qué?

-David. ¿Cómo sabía lo de Riley? ¿Estaba contigo cuando llamó Riley? -cerró el puño y lo descargó de un golpe sobre la mesa, con lo que la pistola dio un brinco. -¿Estaba contigo, sí o no? -a ella, en ese momento le afloró a la cara algo que él nunca había visto: fue la expresión desolada, desvalida, perdida, que tendría cuando envejeciera. Ella miraba el arma sobre la mesa sin levantar los ojos, a la vez que asentía con languidez. Dijo algo, pero con voz tan queda que él no la oyó, y tuvo que pedirle que lo repitiera. Ella carraspeó.

-Tenía razón -dijo ella-. Lo hemos hecho todos nosotros, lo hemos hecho entre todos: tú, yo, todos nosotros. ¿Qué más dará quién apretase el gatillo?

-Importa, Lou -dijo él-. Dímelo.

Ella enterró las manos en los bolsillos del abrigo y encorvó los hombros recogiéndose en su cuerpo como si de pronto tuviera frío.

-Sí -dijo-. David estaba conmigo cuando llamó por teléfono Dylan Riley. Vio cómo me quedé cuando oí todo lo que quiso decirme Riley. Y él me obligó a decírselo. Dijo que se ocuparía de ir a hablar con Riley, que trataría de razonar con él, que le ofrecería dinero si fuera necesario. Yo no sabía… -extendió la mano como si fuese a tocarle, pero flaqueó y en cambio se sujetó al canto de la mesa-. Yo o sabía qué iba a hacer. Está muy perjudicado, John. Rubin lo trató de una manera espantosa, y luego tú lo has rechazado… Sí, lo has rechazado, no lo niegues ahora. Podrías haber intentado tomarle afecto. Podrías haber sido un padre para él.

Sus palabras se posaron con pesadez entre los dos, una penumbra más oscura, a la que no llegaría la luz de la lámpara.

-¿David estaba enterado de lo de Varriker? -preguntó Glass. Ella asintió-. ¿Cuándo se lo dijiste?

-Hace mucho tiempo. Supongo que no debería haberlo hecho. Pero pensé que tenía derecho a saber.

-Así que el balazo que le metió a Dylan Riley en todo el ojo fue un homenaje a su padre, ¿no?

-¡John, te digo que está muy perjudicado!

-Y eso es algo que también hemos hecho todos nosotros, ¿es eso lo que me estás diciendo? -miró el llamativo relumbre de la noche-. Bueno, ahora por lo menos al fin ya sé quién es el cabeza de turco que hay en la sala.

-¿Cómo?

-Nada. Es una cosa que me dijo alguien hace mucho tiempo.

Ella se puso en pie muy despacio, como su tuviese un dolor considerable.

-Me marcho -dijo-. Eres tú quien debe decidir qué hacer. Ya tienes… -rió un instante-. Ya tienes “la carnaza” que buscabas -le lanzó una mirada casi compasiva-. De ti depende, John -dijo-. Lo lamento, pero de ti depende.

FIN

Nota: 4. Preferimos a Banville.

[página 148]

Las mujeres ven en sus parejas a un hombre que nadie más acierta a ver.

EL LÉMUR

Benjamin Black

Traducción Miguel Martínez-Lage

Alfaguara

Leer el primer capítulo

El curioso caso de Benjamin Black en Letras Libres

Comentario en el blog Las vacaciones de Holden

John Connolly y Benjamin Black en bilbao.net [pdf]

EL OTRO NOMBRE DE LAURA – Benjamin Black

08 Lunes Sep 2008

Posted by montsev in Benjamin Black, General

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Benjamin Black, El otro nombre de Laura, John Banville

[páginas 359-360]

EPÍLOGO

Quirke despertó en un grisáceo amanecer. Estaba a la intemperie, bajo los árboles. Estaba a la intemperie, bajo los árboles. Tenía frío, tenía la cara húmeda por el rocío. Notó un vago dolor, una vaga inquietud. Se preguntó si se había visto envuelto en un accidente, si había sufrido una caída, si le había dado alguien un golpe con el que perdiera el conocimiento. Había una figura oscura y de gran tamaño encima de él. No logró descifrar lo que estaba diciendo. Tenía el cerebro envuelto en una bruma densa. Se hallaba tirado sobre una especie de asiento, un banco de hierro parecía ser. Sí, era un banco, y se encontraba junto al canal, reconoció el lugar, pues era Huband Bridge, envuelto en la grisura. La figura que tenía delante extendió una mano blanca y pálida y lo agarró por el hombro y lo zarandeó, y la cabeza en el acto empezó a retumbarle como si algo muy pesado se acabara de soltar en su interior y rodase de un modo descontrolado de un lado a otro. “¿Se encuentra usted bien?”, le estaba diciendo la figura. Era un número de la Garda, enorme, imponente, con una cara redonda, exangüe, normal y corriente, no muy distinta a la del inspector Hackett. Quirke se enderezó en el banco y el guarda le retiró la mano del hombro y dio un paso atrás. “¿Se encuentra bien?”, volvió a preguntarle. Quirke tenía la boca seca, reseca, y le ardía, y tuvo que mover las mandíbulas unos momentos para que se le formase un poco de saliva bajo la lengua antes de responder. Dijo que sí, dijo que estaba bien, y que debía de haberse quedado dormido. “Ha bebido usted más de la cuenta”, dijo el guardia con evidente malhumor. “Por la pinta que tiene…” ¿Cómo era posible, se preguntó Quirke a su pesar, que los guardias parecieran estar siempre agraviados? Incluso si uno se limitaba a preguntarle a uno de ellos por una calle, el tipo le miraría con ese sobresalto molesto, frunciendo el ceño, como si el mero hecho de que se hubiera dirigido a él constituyera una afrenta personal. Para librarse de él, Quirke cerró los ojos y, en efecto, cuando los abrió un momento más tarde, ya no tenía a nadie allí delante. También había cambiado la luz, que era más intensa. Seguía despatarrado en el banco. Debía de haberse vuelto a dormir un rato, o había perdido el conocimiento.

Se incorporó, se buscó el tabaco en los bolsillos, pero no lo encontró. Poco a poco iba volviendo a él todo lo ocurrido. El día anterior fue martes, y esa noche debería haber cenado con Phoebe, como hacía todas las semanas, sólo que Phoebe estaba en casa de Mal, y no se atrevió a llamarla. Fue en cambio solo al Russell, donde cenó solo, y se bebió una botella de vino, y entonces fue a McGonagle, y se ventiló unos cuantos whiskys, imposible que recordara cuántos. Lo que sucediera después de eso, cómo pudo llegar a ese banco a la orilla del canal, todo eso era un paréntesis en blanco. Se puso en pie con dificultad, tambaleándose, con ese peso rodando todavía dentro de su cabeza, como una bola de hierro. Había algo urgente que debía hacer, pero ¿qué era? Phoebe, sí, era algo relacionado Phoebe. No sabía qué podía ser, pero tenía que hacerlo. Salvarla. Era su hija. Era preciso que encontrase la forma de hacerla regresar a la vida. Así fue como lo pensó, ésas fueron las palabras que tomaron forma en sus pensamientos: Debo hacer que regrese, debo traerla de nuevo a la vida. Miró a uno y otro lado del canal. No se veía un alma. Pensó en el dilatado y ceniciento día que le quedaba por delante. Intentó moverse, caminar, marcharse, pero fue en vano: su cuerpo se negó a obedecerle. Permaneció en pie, paralizado. No supo adónde ir. No supo qué hacer.

FIN

Nota: 4. Prescindible.

Polaroid de John Banville por Riccardo Cavallari

EL OTRO NOMBRE DE LAURA
Benjamin Black

Traducción Miguel Martínez-Lage
Alfaguara

Primer capítulo de El otro nombre de Laura en El País

Reseña en El Cultural

Entrevista de Enric Gonzalez a John Banville en El País

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