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[páginas 408-410]
En El Vikingo, Bertin servía una ronda general en honor de Damas, cuya cabeza reposaba fatigada sobre el hombro de Lizbeth. Le Guern se levantó y estrechó la mano de Adamsberg.
-Boquete taponado -comentó Joss-. Ya no hay especiales. Las legumbres en venta vuelven a predominar.
-En la naturaleza -dijo Adamsberg- menospreciamos con demasiada frecuencia el extraordinario poder de la calabaza.
-Es exacto -dijo Joss con seriedad-. He visto calabazas que se volvieron como globos en el transcurso de dos noches.
Adamsberg se deslizó entre el grupo ruidoso que comenzaba a cenar. Lizbeth le ofreció una silla y le sonrió. Tuvo bruscamente ganas de apretarse contra ella, pero el sitio ya estaba ocupado por Damas.
-Va a dormirse sobre mi hombro -dijo señalando a Damas con el dedo.
-Es normal, Lizbeth. Va a dormir mucho tiempo.
Bertin puso con ceremonia un plato más en el sitio del comisario. Un plato caliente no es desdeñable.
Danglard empujó la puerta de El Vikingo a la hora del postre, se acodó en la barra, puso la bola a sus pies y le hizo un signo discreto a Adamsberg.
-Tengo poco tiempo -dijo Danglard-. Los niños me esperan.
-¿Hurfin no ha montado lío? -preguntó Adamsberg.
-No. Ferez ha estado viéndolo. Le ha dado un calmante. Él ha obedecido y descansa.
-Muy bien. Todo el mundo va a terminar durmiendo esta noche,- a fin de cuentas.
Danglard le pidió un vaso de vino a Bertin.
-¿Usted no? -preguntó.
-No sé. Quizás camine un poco.
Danglard tragó la mitad de su copa y contempló a la bola que se había instalado sobre su zapato.
-¿Crece, verdad? -dijo Adamsberg.
-Sí.
Danglard terminó su vaso y lo volvió a dejar sin ruido sobre el mostrador.
-Lisboa -dijo deslizando un papel doblado sobre la barra-. Hotel Sao Jorge. Habitación 302.
-¿Marie-Belle?
-Camille.
Adamsberg sintió cómo su cuerpo se ponía tenso como bajo un brusco empellón.
-¿Cómo lo sabe, Danglard?
-He hecho que la siguiesen -dijo Danglard inclinándose para recoger al gatito o para ocultar su rostro-. Desde el principio. Como un cabrón. No debe saberlo nunca.
-¿Por un policía?
-Por Villeneuve, un veterano del distrito 5.
Adamsberg se quedó inmóvil, con el ojo fijo en el papel doblado.
-Habrá otras colisiones -dijo.
-Lo sé.
-Y por otro lado…
-Lo sé. Por otro lado.
Adamsberg observó sin moverse el papel blanco, después avanzó lentamente la mano y la volvió a cerrar sobre él.
-Gracias, Danglard.
Danglard volvió a colocar al gatito bajo su brazo y salió de El Vikingo haciendo una seña con la mano, de espaldas.
-¿Era su colega? -preguntó Bertin.
-Un mensajero. De los dioses.
Cuando se hizo de noche en la plaza, Adamsberg, apoyado en el plátano, abrió su cuaderno y arrancó una página. Reflexionó y después escribió Camille. Esperó un instante y añadió Yo.
El principio de una frase, pensó. No está tan mal.
Después de diez minutos, como la continuación de la frase no venía, puso un punto después del Yo y dobló la hoja alrededor de una moneda de cinco francos.
Después, con paso lento, atravesó la plaza y metió su ofrenda en la urna azul de Joss Le Guern.
FIN
Nota: 6. Entretenidillo.
HUYE RÁPIDO, VETE LEJOS
Fred Vargas
Traducción de Blanca Riestra
DeBolsillo