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[páginas 369-371]

Como operación militar Suez demostró los problemas que se pueden producir entre los mandos militares y sus superiores políticos. Es fácil cargar todas las culpas a Eden y ver a los soldados como las víctimas de un primer ministro indeciso y enfermo. Por su parte, los mandos militares fueron lentos, cautelosos y vacilantes a la hora de seguir los dictados estratégicos de los políticos. La armada estaba absolutamente oxidada y se mostró incapaz de reaccionar con rapidez ante una amenaza a los intereses británicos.

Retrospectivamente se puede calificar la respuesta del gobierno de Eden a la nacionalización del canal como de poco realista. El 26 de julio no disponía de las tropas adecuadas y entrenadas para realizar esta difícil misión ni de medios de transporte aéreo, no poseía ninguna base en condiciones cercana a Egipto y no disponía de tropas de repuesto que pudiesen ser organizadas a tiempo. La idea era irrealizable en todos sus aspectos. Pese al estado de las fuerzas armadas británicas, Eden cometió el error de amenazar a Nasser sin tener medios que las respaldasen. Después de todo el Reino Unido había sido la primera nación en abandonar la zona del canal de Suez por lo difícil y costoso que resultaba mantener una fuerza militar a gran escala en Egipto que hiciese frente al antagonismo local. Así pues, ¿no era harto probable que si las tropas británicas regresaban fueran vistas como invasoras? Si su propósito era derrocar al gobierno egipcio -y Nasser era un líder popular y carismático- ¿cuánto mayor no hubiese sido la resistencia a la que tendrían que enfrentarse en comparación con la existente cuando estaban simplemente confinados en la zona del canal? Además, si Nasser hubiera sido derrocado, la dirección de Egipto hubiese recaído en grupos de terroristas como los que habían causado problemas a Israel durante mucho tiempo. Cualquier gobierno impuesto por los británicos hubiese sido impopular ante el creciente poder del nacionalismo árabe. Como señalaban Fullick y Powell: “la manera en que tanto Eden como los franceses eludieron el tema de qué sucedería después de Nasser es una muestra de falta de previsión sólo igualada por su escasa compresión de la nueva coherencia del nacionalismo árabe”.

El gobierno también cometió errores en su trato con sus mandos militares. Stockwell no fue informado del papel que Israel jugaba en el plan y se permitió que tuviese que mendigar retazos de información de sus colegas franceses, mejor informados. Stockwell obró correctamente al decir que los soldados necesitan tener una idea clara de qué es lo que se les envía a hacer y por qué. Fue un error que los mandos intermedios tuviesen que hacer la tarea de los políticos y justificar la acción ante sus hombres. La falta de un objetivo político claro complicó toda la operación. Los contradictorios objetivos políticos de Eden (primero, derrocar a Nasser y tomar El Cairo, y luego tomar el canal y garantizar la libertad de navegación) indican que se perdió mucho tiempo planificando la operación equivocada. Eden tuvo que haberse dado cuenta de que en el contexto de la opinión pública de 1956 nunca sería posible justificar un asalto anfibio sobre Alejandría, una batalla a gran escala contra el ejército egipcio y una marcha triunfante sobre el Cairo.

No es muy exagerado decir que Stockwell no sabía si iba o si venía. Escuchó las noticias del alto al fuego mientras sus hombres estaban desembarcando y telegrafió a Londres sarcásticamente: “hemos conseguido lo imposible. Estamos siguiendo dos caminos a la vez”. C. L. Cooper muestra hasta qué punto Eden interfirió en la planificación de las operaciones militares y cómo, a medida que crecía la presión internacional y la del propio país, aumentaban sus dudas y sus vacilaciones y comunicaba su indecisión a los militares.

Sin embargo, tampoco se puede absolver a los mandos militares ni a los planificadores de su culpabilidad por el fracaso de Suez. Los mondos británicos eran prisioneros de la estrategia y de las tácticas de la segunda guerra mundial. Consideraban que Egipto era una formidable potencia militar por el material soviético que poseía. Sus fusiles semiautomáticos checos eran mejores que cualquier otro que tuviesen los británicos (que en su mayoría iban armados con fusiles de retrocarga del año 1943). Pero por otra parte la creencia de que los voluntarios de la Europa del Este dirigían los tanques y pilotaban los aviones era totalmente errónea y estaba basada en fallos del servicio de información. Los instructores de la RAF deberían haber recordado la baja calidad de los cadetes egipcios que acudían a sus cursos para aprender a pilotar aviones. El resultado de esta sobrevaloración del potencial egipcio fue que la junta de jefes de Estado Mayor insistió en reunir una enorme fuerza invasora, totalmente desproporcionada para la misión que debía realizar. La lección de Arnhem les había mostrado los peligros de lanzar un ataque aéreo sin disponer de tropas de refuerzo, pero la diferencia, desde luego, estaba en la calidad del oponente. Los egipcios no eran los alemanes y los más conscientes de esta diferencia eran los israelíes. Culparon por el fracaso de la operación de Suez a los errores de planificación de los desembarcos aliados con estas palabras: “después de una larguísima incubación, finalmente han aparecido dos pollitos”, mientras que el general Harvaki, jefe del servicio de información israelí, comentó: “¿A quién se pensaban los británicos que estaban invadiendo? ¿A la Unión Soviética?”.

FIN

NOTA: 10. Estamos vivos de milagro.

HISTORIA DE LA INCOMPETENCIA MILITAR

Someone had blundered… A Historical Survey of Military Incompetence

Geoffrey Regan

Traducción de Rafael Grasa

Crítica

[página 59]

“La guerra es el reino del error; cuanto mayor sea la presión a que está sometido un oficial, mayor será la probabilidad de que yerre”

[página 104]

Bien pensado no resulta sorprendente que el caballo se convirtiese en el sien qua non de la vida militar. Durante mil años ha proporcionado al hombre enormes ventajas. No había nada mejor para el transporte y acarreo. Los caballos hacían subir la moral y reforzaban los egos. Liberaban a los soldados del peso de sus cuerpos y les permitían ir sentados a la guerra. A la hora del descanso uno podía esconderse tras ellos; cuando hacía frío podías abrigarte con su calor, y cuando morían podías comértelos.

Dados los orígenes tradicionalmente rurales de muchos oficiales del ejército de tierra y de las familias de militares, cabalgar en un contexto deportivo como el de la caza se convirtió en uno de sus pasatiempos favoritos. Así, los deportes como el polo, la caza del jabalí y, en una época ya más lejana en el tiempo, los torneos de justas, actuaban no sólo como aspectos simbólicos de la guerra social, sino que también estaban asociados a la clase social más elevada, por lo que no resulta sorprendente que tuviesen muchos partidarios entre aquellos que escogían el ejército como carrera. Y tampoco resulta sorprendente que la caballería se convirtiese en el cuerpo del ejército con un status quo más elevado. Ni que ellos fuesen los más vehementes detractores del tanque, al que consideraban más “un vástago intruso que un digno heredero”.

[página 123]

Ya en 1781, William Lloyd, que se confesaba un “aventurero militar”, cuestionaba el interés predominante por la disciplina prusiana que dominaba a los ejércitos de la época y levantó una polémica que no llegó a su fin hasta el siglo XX. Sugirió que los uniformes de la época eran una insensatez y que a los soldados se les debía vestir y armar en función de la naturaleza de sus ocupaciones. Esto puede parecer obvio, pero pocas veces los soldados han tenido una indumentaria cálida en invierno, fresca en verano, resistente y cómoda y con la que no resultasen demasiado vistosos. Los uniformes poco adecuados han sido la causa de tantos desastres militares como los errores tácticos en los campos de batalla.

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