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Sylvie suspiró.
-Dix se había metido en un lío. Los tipos con los que estaba endeudado querían grabar una cinta que les sirviera para recuperar su pasta, pero también para castigarle. -Se inclinó hacia delante y me tocó la mano-. Tú eras exactamente lo contrario de un asesino y yo te estaba muy agradecida…, de verdad. Y por eso hice que Dix te dejara un montón de dinero.
Retiré mi mano de debajo de la suya.
-Sí, y yo creía que ese dinero estaba manchado con tu sangre. -Sylvie se miró otra vez los pies-. ¿Así que Dix hizo un buen negocio? -pregunté yo.
-Ya conoces a Dix, siempre está tramando algo. Por cada espectador oficial, habrá otros entre bastidores, y por cada vídeo, una docena de copias.
Y entonces se me ocurrió que nuestro acto estaba grabado en innumerables cintas, que circulaba por la red, que era visto por una audiencia infinita de espectadores anónimos. Sylvie debió imaginar lo que estaba pensando, porque dijo:
-No te preocupes, la única cara que se ve es la mía.
Me esforcé por mantener la calma.
-¿Cómo está Dix?
Sylvie desvió la mirada.
-Está muy bien.
-¿Es un hombre rico?
Ella sonrió.
-Bueno, ya sabes lo que pasa con el dinero, así como viene se va.
-Por eso estás… -Recorrí el vestuario con la mirada.
-Sí. -Sonrió-. Por eso.
-Ya. -Le pregunté lo que había querido saber desde el primer instante de nuestro reencuentro-. ¿Dix está aquí contigo?
Sylvie asintió.
-Dale recuerdos de mi parte – dije.
-Estás muy enfadado conmigo, William.
Me encogí de hombros.
-No, no estoy enfadada. Lo estuve, pero ya no. -Me puse de pie-. Cuídate, Sylvie.
Ella dio una última calada y me miró. Por un segundo pensé que me pediría que me quedara, pero apagó el cigarrillo en el cenicero improvisado, y me dedicó su sonrisa especial, la que hacía que los aplausos y los gritos de los espectadores llegaran hasta el cielo.
-Tú también, William.
Cerré la puerta del vestuario, me marché del club y me incorporé al bullicio vespertino del Soho.
Sheila Montgomery me había dicho en una ocasión que si su hermana reaparecía algún día viva y feliz, estaría tentada de matarla por todo el dolor que había causado. Ahora yo sabía que eso no era cierto. Descubrir que Sylvie me había traicionado era doloroso, pero no tan doloroso como había sido creer que la había matado. Había entrado en el club convencido de que era un asesino y había salido sabiendo que era inocente. Eso merecía que lo celebrara con una copa.
Muy cerca había un pub bastante decente donde todas las tardes ponían las carreras en la televisión. Doblé la esquina y empecé a caminar hacia allí, con el luminoso recuerdo de la sonrisa dulce y triste de Sylvie en mi cabeza.
FIN
Nota: 5. Correcto para el verano.
El truco de la bala
Louise Walsh
Anagrama