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[páginas 198-199]

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EL SEÑOR 600

Los desfibriladores cardiacos puestos por encima de 450 julios dejan quemaduras de contacto. Las palas pueden chamuscarle el pecho al paciente. Cualquier joya metálica puede doblarse al rojo vivo durante un instante. Pendientes o collares. En los pectorales caídos de Branch Bacardi, los dos verdugones rojos y redondos de las palas podrían ser pezones de dibujos animados. Nueva aureolas relucientes grabadas a fuego en su pecho. El relicario con forma de corazón de la señorita Wright se ha calentado tanto que se le ha incrustado en el pecho. Le ha marcado a fuego un corazón diminuto a la señorita Wright. Tanto los nuevos pezones de Bacardi como el corazón de la señorita Wright todavía humean. El relicario se ha abierto de golpe, el oro se ha puesto negro, la foto del bebé que había dentro se ha enroscado y se ha chamuscado en medio de una nubecilla de humo.

Esa foto de mí recién nacida, un destello, una llama y un adiós, hecha cenizas.

Mirando el cuerpo de Branch Bacardi, uno de los frotacapullos de enfermeros dice:

-Menos mal, porque ni de coñá íbamos a meter una tranca tan grande en ninguna bolsa de cadáver.

-Olvídate de eso -dice el otro limpia-bombillas de enfermero-. Ese monstruo no cabría dentro de un ataúd cerrado.

El desfribilador ha soldado a Bacardi y a la señorita Wright formando una “X” humana. Unidos por las caderas. Su carne esposada en el odio, fusionados a fuego más profundamente de lo que podría dejarlos ningún matrimonio. Unidos como siameses. Cauterizados.

Pero no… no han muerto. Branch y Cassie. Casi, pero no del todo. El hedor a coño y pelotas quemados viene de la descarga de kilovatios que casi ha matado a Cassie Wright… pero ha devuelto la vida a Branch Bacardi. El shock que ha soldado sus genitales. Que los ha sellado entre ellos.

Créetelo.

Los enfermeros se quedan mirando, negando con la cabeza mientras se preguntan cómo levantar dos cuerpos inconscientes, siameses unidos por la entrepierna, y cargar con ellos hasta el hospital. Unidos a fuego por unas cuantas capas de piel asada, o por un espasmo muscular, o por sus partes blandas cocidas en forma de un solo pan de carne.

El olor a sudor y ozono y hamburguesa frita.

Es entonces cuando lo digo: Branch Bacardi y Cassie Wright son mi padre y mi madre. Son mis padres. Yo soy su hija.

Créetelo. Dándome golpecitos en el pecho, les digo a los enfermeros:

-Me llamo Zelda Zonk.

Pero nadie aparta la vista de los dos cuerpos desnudos, los dos gimiendo, con las cabezas  colgando inertes del cuello. Sus ojos siguen cerrados. Se elevan espirales de humo de su carne fusionara. Sus nuevos pezones y corazón marcados a fuego.

Con los dedos rectos y muy juntos, levanto una mano, igual que se hace para la jura de la bandera en la escuela, para prometer cualquier cosa ante un tribunal, y les hago una pequeña sal a los enfermeros para que miren. Con la otra mano me doy un golpecito en el pecho. Me lo doy donde se supone que está el corazón.

Por un instante, todo parece muy importante. Casi real.

Y lo vuelvo a decir. Mi nombre secreto. Levanto la mano un poquito más, para que por fin alguien mire y me vea.

FIN

Nota: 5. Lo mejor las anécdotas de los actores. Los de Hollywood.

SNUFF

Chuck Palahniuk

Literatura Mondadori

[página 53]

Le podría contar a Bacardi que el vibrador eléctrico se comercializó por primera vez en la década de 1890. Que los primeros aparatos domésticos que se electrificaron fueron la máquina de coser, el ventilador y el vibrador. Los americanos disfrutaron de los vibradores eléctricos diez años antes que de las aspiradoras y las planchas. Veinte años antes de que llegaran al mercado las freidoras eléctricas.

Al diablo las tareas de la casa, la prioridad número uno siempre la hemos tenido entre las piernas.

[página 55]

Con sus pestañas falsas aumentadas con rímel, y sin parpadear, la señorita Wright me contó que Norma Talmadge había sido una estrella del cine mudo. La número uno en taquilla del año 1923. Recibía tres mil cartas de fans cada semana. En 1927 fue aquella tal Norma la que pisó por accidente una parcela de cemento fresco delante del Teatro Chino de Grauman’s e inauguró la tradición esa de que todas las estrellas de cine dejen allí las huellas de las manos y los pies.

Un año después de lo del cemento, Hollywood empezó a rodar películas con sonido. Pese a pasar un año trabajando con un instructor de voz, Norma Talmadge abría la bocaza y le seguía saliendo un berrido estridente de Brooklyn. La gran estrella masculina de Hollywood, John Gilbert, soltaba sus líneas con una vocecilla aguda de canario. Mary Pickford, que interpretaba a chicas y a mujeres jóvenes, soltaba unos graznidos graves de camionero. A Vilma Bánky se le perdía el diálogo en su acento húngaro. A Emil Jannings en su acento alemán. Las palabras de Karl Dane se ahogaban en su espeso acento danés.

(…)

John Gilbert no volvió a hacer ninguna película. Se alcoholizó hasta morir a los treinta y siete años. Karl Dane se pegó un tiro.

Todas esas estrellas, los actores más poderosos del cine, desaparecieron en un instante.

Créetelo.

[página 79]

Ella me dijo que una verdadera estrella de cine está dispuesta a sufrir. En la película Cantando bajo la lluvia de 1952, el actor Gene Kelly estuvo bailando la canción que daba título a la película, toma tras toma, durante días enteros, a treinta y nueve y medio de fiebre. Para hacer que la lluvia quedara bien al rodarla, el equipo de producción usó agua mezclada con leche, y allí estaba Gene Kelly, enfermo como una mala cosa pero chapoteando y empapado de leche agria, sonriendo con expresión feliz como si fuera el mejor día de su vida.

En 1973, en una película titulada Los tres mosqueteros, Oliver Reed estaba haciendo de espadachín en un molino de viento y alguien le clavó la espada en la garganta. A punto estuvo de desangrarse.

Dick York se destrozó la columna filmando una película titulada Llegaron a Cordura en 1959. Siguió actuando pese al dolor hasta 1969, interpretando al marido de la bruja en la serie Embrujada. Se pasó catorce episodios en el hospital y perdió el papel.

Comentario en el blog Solodelibros

El comentario de Je Ne Sais Pop