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[páginas 103-105]
Se había levantado y había cogido la mano de la joven con la suya y había caído de rodillas frente a ella.
-Tengo suficiente dinero y es todo para usted y para él. Llévelo a una buena escuela, donde usted pueda ir a visitarle y ayudarle a olvidar a su madre. Haga lo que usted quiera. Lo peor que usted haga será pura amabilidad comparado con lo que aprendería conmigo. Aléjelo de esta vida perversa, de este cruel lugar, de este hogar de vergüenza y pesar. Lo hará ¿verdad? Sé que lo hará. Lo hará. No puede… No puede decir que no. Lo hará puro y dulce como usted. Y cuando haya crecido le dirá el hombre de su padre, un nombre que mis labios hace años que no pronuncian, el nombre de Alexander Morton, a quien todos llaman Sandy. Señorita Mary, ¡hábleme! ¿Se llevará a mi niño? No aparte su cara. Sé que no debería mirar la mía. Señorita Mary… ¡Oh Dios, ten compasión! Me deja…
La señorita Mary se había levantado y, a la luz del crepúsculo, se había acercado a la ventana. Se quedó allá, apoyada contra el marco, con la mirada fija en los últimos tonos rosados que iban apagándose en el cielo occidental. Un poco de esa luz seguía en su pura y joven frente, en el cuello blanco, en las blancas manos firmemente agarradas, pero iba debilitándose poco a poco. La suplicante se había arrastrado, aún de rodillas, hasta su lado.
Sé que necesita tiempo para pensárselo. Esperaré aquí toda la noche, pero no puedo irme hasta que no me hable. No me lo niegue. Lo hará. Lo veo en su dulce cara, una cara como la que veo en mis sueños. Lo veo en sus ojos, señorita Mary. Se llevará a mi hijo.
El último rayo rojo trepó a lo alto, tiñendo los ojos de la señorita Mary con parte de su gloria, titiló y desapareció. El sol se había puesto en Red Gulch. En medio del crepúsculo y el silencio, la voz de la señorita Mary sonó agradable.
-Me lo llevaré. Enviémelo esta noche.
La feliz madre levantó el borde de la falda de la profesora hasta sus labios. Podría haber hundido su cara ardiendo en sus vírgenes dobleces, pero no se atrevió. Se puso en pie.
-Ese hombre… ¿conoce sus intenciones? -preguntó la señorita Mary, de repente.
-No, ni le importan. Ni siquiera sabe que tiene un hijo.
-Vaya a verle de inmediato, esta noche, ahora. Dígale lo que ha hecho. Dígale que he adoptado a su hijo y dígale que nunca más, nunca más podrá ver a su hijo. Dondequiera que sea, nunca deberá venir. Adondequiera que me lo lleve, no deberá seguiré. Váyase ahora, por favor. Estoy cansada y todavía tengo mucho que hacer.
Caminaron juntas hasta la puerta. En el umbral la mujer se volvió.
-Buenas noches.
Habría caído a los pies de la señorita Mary, pero en aquel momento la joven alargó los brazos, alargó a la pecadora durante un breve momento, y luego cerró la puerta con llave.
* * *
Al día siguiente, Bill el blasfemo sintió una gran responsabilidad al tomar las riendas de la diligencia Slumgullion, porque uno de sus pasajeros era la profesora. Cuando entró en la carretera principal, obedeciendo las órdenes de la agradable voz del interior, se detuvo de repente y esperó respetuosamente a que Tommy bajara del carruaje obedeciendo una orden de la señorita Mary.
-Ese arbusto no, Tommy, el siguiente.
Tommy sacó su nueva navaja, cortó un ramillete de azaleas y regresó junto a la señorita Mary.
-¿Ya está?
-Ya está.
Y la puerta de la diligencia se cerró, dejando atrás el idilio de Red Gulch.
FIN
Nota: 7. Pese a alguna ingenuidad.
ÍNDICE
- Espíritu de frontera, prólogo de Jorge Ordaz
- La suerte de Roaring Camp
- Los marginales de Poker Flat
- Miggles
- El socio de Tennessee
- El idilio de Red Gulch
CUENTOS CALIFORNIANOS
Bret Harte
Traducción de Rebeca Bouvier
Prólogo de Jorge Ordaz
Navona
[página 43]
“-¡Póquer! -sentenció Oakhurst-. Cuando un hombre entra en racha, en verdadera racha, no se cansa. Es la suerte que cede antes. La suerte -continuó el jugador pensativamente-, es una cosa muy curiosa. Lo único que sabes con certeza es que cambiará. Y lo que te hace buen jugador es saber cuándo va a cambiar. “
Reseña en el blog Solo de libros
Reseña en el blog Libros y viajes